martes, 17 de julio de 2018

La semántica de la destrucción



Escrito por:

Teniente Coronel Edgar Alejandro Lugo Pereira

MSc en Historia Militar

16/07/2018.

Encarando una triste realidad

El poder de la palabra es y será por siempre, el motor que permitirá a la especie humana ocupar el lugar predominante dentro del orden natural en el planeta tierra. Hemos sido los únicos vectores que de alguna manera, han conseguido dominar más no controlar, fuerzas incontenibles presentes en nuestro ambiente. Hemos modelado nuestro entorno para adaptarlo a las necesidades de la supervivencia de la humanidad. Hemos pagado con millones de víctimas humanas, además de sacrificar la biodiversidad, nuestros errores al estar empeñados en conquistarla y todo gracias al poder de la palabra.

“Sí”. La fuerza de nuestra comunicación es tan poderosa que bien enfocada y correctamente dirigida, puede materializar eventos extraordinarios tan complejos que aún con todos los avances tecnológicos desarrollados a partir de mediados del siglo XX y, continuados hasta el presente, no logramos darle una explicación, ¡Pero si la tiene! Lo que sucede es que damos por descontada su influencia porque nos pertenece, está con nosotros y definitivamente subestimamos su poder.

Cuando usamos el poder de la palabra correctamente, ayudamos a otros a encontrar su camino, se convierte en guía y canal de dirección, ¡Es más! Ejercemos influencia en quienes nos escuchan y por ende, se convierten en multiplicadores del mensaje, fomentándose comportamientos sociales adecuados hoy en día denominados. “Ética y Moral”.

Lo triste de encararla

Durante nuestro proceso de formación y educación, función inestimable del núcleo familiar, la siembra de valores asertivos en la descendencia, permite de hecho, ir modelando el carácter para darle un envase resistente al uso de la razón.

Muy aristotélico este precepto porque forjando el carácter del ser humano en proceso de crecimiento y desarrollo se obtenía a su vez, la maduración de la razón, misteriosa e indescriptible pieza que existe en nuestro cerebro y que nos hace pensar, cuestionar, analizar, comprender, desestimar, accionar, clasificar, ordenar, planificar, evaluar, desechar, priorizar, descartar, anular, encarar, evitar, acceder, perjudicar, apoyar, prever, actuar y demás adjetivos que nos indican las escalas existentes de las implicaciones del razonamiento humano.

Entra en juego la semántica, definiéndola como el uso de las expresiones lingüísticas y estoy seguro que en nuestros hogares y escuelas nos enseñaron como primeras letras a hablar correctamente, todo tiene su nombre y todo tiene un respeto a la identidad de cada quien y de cada cual.

Precisamente es aquí donde me voy a detener, para ahondar en una realidad social que hemos tomado muy a la ligera y que nos está trayendo consecuencias negativas en lo venidero, por usar una semántica destructiva de los hilos de una comunicación imprudente con valores fundamentados en el irrespeto y la desconsideración de cada quien y de cada cual, sin permitir equilibrar la balanza del trato humano hacia nuestros pares y semejantes.

La extraña realidad que nos ahoga permanentemente

En Venezuela hemos ido deteriorando nuestros procesos comunicacionales. Hablo de mi país para no profundizar en otros que ya son conocidos por sus banalidades lingüísticas.

En lo familiar cuando alguien de mi casa usaba incorrectamente el vocabulario ¡era inmediatamente corregido! Mi padre y mi madre, celosos custodios de nuestras expresiones verbales decían ¡cada cosa tiene su correcta expresión, no ensucie su boca!

Caramba era una fórmula de corregir lo mal hablado sin miramientos, agradecido de ellos estoy, sin duda alguna.

Hoy en día hablar chabacanamente, por decirlo así, es sinónimo de popular, ¡pues craso error!

Una cosa es ser popular y otra es destruir el sistema de comunicación utilizando la banalización del idioma. Es preocupante que hasta en los niveles gubernamentales estemos cayendo en esa predica de destrucción. Usamos la palabra “Chamba” que es una expresión popular para identificar a otra palabra respetable y de gran connotación la cual es “Trabajo”. Hemos torpedeado una palabra que denota dignidad, arte, abnegación, salario y respeto, por otra que sabemos ex profeso, no se identifica con las expresiones precitadas. Quien puede sentirse respetable en un empleo calificado de chamba, verbigracia, trabajo banal, sin importancia, ocupación u oficio indecoroso. Como se sentirá el desprecio de quienes se ven obligados a emplear elementos sin ningún tipo de entrenamiento y capacidad para desarrollar tareas específicas porque simplemente van a chambear. ¡Hasta cuando permitiremos esta destrucción!

De igual manera acontece con el mal llamado e indignante empleo de la palabra “Bachaquero” y voy a hacer una apreciación lingüística muy particular en esta expresión popular.

Bachaquero es sinónimo ahora en nuestro país de “Criminal”, entiéndase: el que participa, es cómplice, se alinea, se complota, asiste, planifica y actúa en consecuencia para robar a sus congéneres. ¿Cómo podemos restarle peso e importancia llamando bachaquero a quien o quienes actúan como lo que son? ¡Criminales!

Cuestionamientos criminales

¿Cuántas personas han muerto en Venezuela, porque no pueden comprar sus medicinas debido a que un bachaquero tiene el producto, pero lo revende a un precio criminal?

¿Cuántas personas sufren cada día por no poder adquirir un producto alimenticio a precio justo, debido irremediablemente a la presencia de un bachaquero criminal?

¿Cuántas personas tienen que hacerse la vista gorda y convivir con bachaqueros que son en realidad criminales?

¿Cuánto tiempo tardarán nuestros legisladores en entender que esta actividad es controlada por una mafia? Organización clandestina de criminales que ejerce su poder mediante el chantaje, la violencia y el crimen que es en sí, apología del peor cinismo criminal.

¿Cuándo el Estado hará uso de su poder controlador para destruir hasta sus cimientos, este bandidaje criminal, que se ha apoderado del sistema de vida en comunidad de una sociedad azotada, por utilizar términos populares para restarle importancia a los verdaderos actos criminales?

Sin duda alguna, este escrito es un clamor popular, necesitamos recobrar la decencia, necesitamos recuperar la sindéresis, necesitamos volver a nuestros valores de dignidad, necesitamos enfrentar campal y cabalmente esta nueva amenaza a la seguridad de la Nación.

¡Estoy plenamente convencido, que el verdadero rostro del enemigo con este escrito, quedó develado!



No hay comentarios.:

Publicar un comentario