lunes, 28 de enero de 2019

Artículo: Batalla de Mucuritas, 28 de enero de 1817


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Escrito por:

Teniente Coronel 
Edgar Alejandro Lugo Pereira

MSc. en Historia Militar

IAESEN


Correlación de fuerzas de un evento histórico de transcendental vigencia ayer, hoy y por siempre.

En el desesperó que ahogaba al General Pablo Morillo por aniquilar al Ulises del llano profundo venezolano, ordenó a su lugarteniente General La Torre, cumplir esta azarosa tarea táctica y desarrollar una maniobra que eliminaría la temida caballería de Paéz, para lo cual dispondría de 2300 hombres de infantería y 1700 jinetes realistas para llevarlo a una zona de matanza prevista para tal fin.

Era sin duda alguna, desde el punto de vista de su ejecución, una maniobra perfecta para asestar un duro golpe contra la fuerza patriota y así, recuperar el control del territorio llanero hasta las márgenes del Río Arauca.

Sin embargo es preciso acotar, quién conoce el terreno y lo lee correctamente, tiene el 50 % del triunfo asegurado ya que el otro restante, reposa en el compromiso del combatiente y en la calidad absoluta de su comandante y en este caso excepcional, no había una razonable duda que hiciera debilitar la resolución de la caballería del mayordomo en obtener la victoria.

Páez sabía por su instinto de cazador, entender a cabalidad a sus rivales, les hostigaba cuando hacían rancho, les acosaba cuando dormían, les perturbaba con ruidos y gritos desgarradores haciendo revivir los mitos y leyendas del oscuro llano infernal.

"Florentino y el Diablo" personificados día a día, noche tras noche sin parar, sin tregua, en fin, un eterno galimatías despiadado y mortal como la danza de la Mangosta para acabar a la Cobra artera venenosa.

Al iniciarse el despliegue táctico operacional, las unidades de maniobra realistas consolidaron la integridad de sus componentes empeñados en el terreno, para atraer la caballería del Taita y evitar su velocidad, la visión del General La Torre, Sebastián de la Calzada y Remigio Ramos, era la de envolver la caballería patriota en una operación de tenaza para posteriormente liquidarla con la presión de los cuadros de infantería para bloquearla y no dejarle escapar.

Poco duraría esta iniciativa, ya que Páez utilizando una columna de jinetes que al final de su carga frente al enemigo se separarían en dos columnas más pequeñas, apuñalarían los flancos de la formación española infringiendo en el proceso, numerosas bajas, dada esta situación y a la negativa de La Torre a no cambiar el centro de gravedad de su formación y delatar su próximo movimiento de inmediato, ordenó cargar la caballería en contra de las columnas patriotas, hecho esto, Paéz mandó la retirada de sus elementos arrastrando tras de si, a toda la caballería realista, al ver esto en su persecución el Comandante Remigio Ramos, no evalúo que había caído en un trampa y en la persecución observó con terror indescriptible, como aparecía entre la polvareda levantada, tal cual como velo fantasmal, una tercera columna de caballería patriota que arremetió como un ariete contra las líneas de la caballería española desarticulándola por completo.

Mientras tanto, La Torre tratando de otear con su larga vista el horizonte y confiado en la resolución de Ramos para terminar a los patriotas alzados, pudo observar con espanto y horror, que la carga de caballería asesina que salía de la tormenta de polvo que enceguecía todo, no era la del Comandante Ramos, era la infernal caballería de Páez, para terminar la tarea emprendida desde temprano en la mañana, hacer desaparecer los batallones de infantería que manchaban con sus trémulas botas la faz de la sabana venezolana.

De inmediato, Sebastián de la Calzada ordenó a viva voz, formación en cuadro cerrado para contener la tropelía que hambrienta de sangre venía a mandarles al infierno de Dante a las tropas españolas que ya no contaban para su protección a su preciada caballería.

¡Horror! Gritaban los soldados, al ver y sentir en sus huesos, la muerte inminente de sus fatuos deseos por contar un día más de sus vidas en esta Tierra de Gracia para pocos y de desgracia para la mayoría de los combatientes en la formación de batalla.

De improviso e inesperadamente, llegó el fuego, consumiendo el monte seco maquiavélicamente incendiado a propósito por las huestes patriotas, como una unidad más desplegada y complotada con el viento soplador que insuflaba demonios calcinantes, emergiendo del averno de la mente brillante de su terrible contendor.

Bajo esa extrema condición soportaron, catorce cargas incontenibles de caballería llanera que poco a poco fueron diezmando paulatina y sanguinariamente a la formación infante, hasta que se ordenó la retirada, escuchándose lo siguiente:

 "Salvad vuestras vidas, corred, huid hacia el pantano, la causa esta perdida para el Rey".

Pocos lograron internarse en los pantanos donde muchos más sórdidos de tanta desesperación, terminaron en las fauces de los Caimanes, completando la tarea que Aquiles hubiese deseado tener en la caída de Troya, dos mil años antes.
El General Pablo Morillo, Marqués de La Puerta y Conde de Cartagena, enterado de todas las fases de la batalla y necesitando dar excusas al Rey Fernando VII, le escribiría en el parte de guerra lo siguiente:

"Catorce cargas de caballería consecutivas sobre mis cansados batallones, me hicieron ver que aquellos hombres no eran una gavilla de cobardes poco numerosa, como me habían informado, sino tropas capaces de competir con las mejores de Su Majestad".

Colofón en la actualidad:

"¡Vengan por nosotros yanquis de mierda!".

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