martes, 10 de septiembre de 2013

Suerte que corrieron los heridos y enfermos de las Fuerzas Armadas Iraquíes durante la primera guerra contra Irak 1990-1991 (tercera parte)



  

Escrito por:

Teniente Coronel Edgar Alejandro Lugo Pereira

Especialista en Historia Militar

           

El hecho que conmueve a la comunidad internacional, es la aparición en televisión de un niño británico, donde Hussein lo hacía referirse a las condiciones en que se encontraban los prisioneros. Utilizaron al pequeño para probar que Irak estaba tratando bien a los extranjeros sin embargo, el rostro del infante demostró al mundo el severo pánico que sentía al estar frente al líder iraquí, catalizando de inmediato la atención mundial y acelerando la intervención armada en ese país. Hussein había cometido un error de apreciación imperdonable.

Irak continuaba llevando a cabo su plan y nadie hacía nada al respecto. La Primer Ministro de Inglaterra Margaret Thatcher, expreso su descontento por la respuesta lenta y recatada de los países europeos ante lo cual, Saddam accede a la liberación de mujeres y niños pertenecientes a los cuerpos diplomáticos para que regresen a sus países.

Al materializarse la invasión a Kuwait, comienzan cinco meses de campañas diplomáticas. El 16 de Octubre de 1990, Hussein le declara al New York times que el 2 de Agosto, día de la invasión, el rey de Arabia Saudita culpaba a Kuwait y no Irak del conflicto y el mismo día, Bush le exigió a Saddam 48 horas para asegurar la retirada iraquí. El 3 de Agosto Hussein voló a Bagdad y recibió los acuerdos de retirarse de Kuwait, siempre y cuando la liga árabe no lo condenara ni pidiera la intervención de países extranjeros. Cuando el líder iraquí regresó a su país, el gobierno egipcio y los saudíes ya condenaban su acción y una fuerza expedicionaria estadounidense navegaba rumbo a Arabia Saudita antes de ser formalmente requeridas. Hussein dijo haber confirmado estas aseveraciones recientemente por sus propios medios. Se había creado una alianza entre Estados Unidos, Egipto y Arabia Saudita.

Los gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos se unieron para poner fin a la situación. Uno de los problemas en tratar con Hussein, pese a la firmeza mostrada por el Presidente Bush y la Primer Ministro Thatcher, era su convencimiento de que los americanos nunca accederían a realizar un enfrentamiento para defender a un país extranjero si gente americana pudiese resultar herida. El tema dividió a la nación en dos mitades y los argumentos a favor y en contra de una guerra comenzaron a debatirse desde los primeros días de enero de 1991. El 12 de dicho mes, el Congreso votó a favor de permitir una intervención por parte del gobierno de Bush. La guerra comenzó cuatro días después. La operación se conoce con el nombre de Tormenta del Desierto y la maniobra norteamericana fue aplastante. Si bien Irak no fue ocupado en ese momento, quedó sometido a inspecciones por parte de la comunidad internacional según la resolución 687 de abril de 1991, destinadas tanto a desmantelar su arsenal de armas de destrucción masiva, (nunca encontradas y usadas como excusa para invadir a Irak en 2003) además de determinar su potencial para el desarrollo de armas nucleares y prevenir su fabricación.

            “Los iraquíes no habían sido derrotados. Las doscientas mil bajas iraquíes se redujeron a cerca de un quinto de esa cifra, tal vez a no más de ocho mil muertos”.[1]

 

Repercusiones del conflicto desde el punto de vista del I Convenio de Ginebra.

Como hemos leído, el tratamiento de los heridos y enfermos según el marco jurídico sobre el cual se investiga no puede desclasificarse y separarse del resto de las consecuencias de una campaña bélica, porque todos sus elementos están intrínsecamente relacionados entre si, no existen estudios que indiquen con veracidad a excepción del CICR, sobre el manejo de los heridos o enfermos en esta operación denominada Escudo y  Tormenta del Desierto.

Sin embargo nos remitimos a los partes militares en este caso de la coalición que dejaban entrever que los elementos armados de las fuerzas militares iraquíes se entregaban o simplemente desertaban de sus posiciones de avanzada ante la arremetida de la coalición apoyada en su superioridad aérea indiscutible, así como también por el enorme apoyo logístico y tecnológico que desplegaron los planificadores militares para asegurar la victoria en el campo de batalla.

La mayoría de los componentes de la  Guardia Republicana  con más de la mitad de los mejores blindados del ejército iraquí y el 70% de las tropas, según los análisis de la Agencia Central de Inteligencia (CIA), escaparon al norte de Basora y no resultaron ni muertos ni capturados. Las reservas de munición de la mayoría de las unidades terrestres no disminuyeron seriamente porque ocurrieron muy pocos enfrentamientos. Muchos elementos que fueron destrozados en la guerra, salvo los aviones de combate, han sido reemplazados a lo largo de los años.

 Los eventos acontecidos desde la guerra han mostrado que nuestro conocimiento sobre las capacidades de Irak en materia de armas nucleares y químicas/biológicas era deplorablemente inadecuado. Aunque tales armas continúen bajo el monitoreo de las Naciones Unidas su número es menor de lo que se creía y no han sido destruidas ni totalmente puestas fuera de servicio.

La mayoría de las tropas rendidas a las fuerzas de la coalición, se entregaban por los efectos de las operaciones psicológicas que durante 5 meses previos al 15 de enero de 1991, fecha tope que las Naciones Unidas dio como ultimátum para que el gobierno de Saddam Hussein depusiera su actitud bélica y ordenara la retirada de sus tropas de Kuwait.

Estas tropas eran de inmediato desarmadas y llevadas a la zona de retaguardia o de seguridad que establecieron los elementos de policía militares en Arabia Saudita agrupándolos en campos de prisioneros muy semejantes a los instalados en la franja de gaza en Cisjordania, con los mínimos requerimientos disponibles para su manutención (agua, alimentación y control sanitario) sin embargo por la magnitud de estos desplazamientos no representaron mayor coste para las fuerzas de la coalición, ya que los números eran por decirlo manejables. Estos ex combatientes estaban mentalmente derrotados, pero la mayoría de las tropas de Saddam Hussein se habían replegado hacia el interior de Irak.

La coalición golpeó duramente a la fuerza armada iraquí durante más de 38 días quebrantando su moral y quitándole el deseo de continuar en la lucha. Cuando las Fuerzas Terrestres y Navales iniciaron su ofensiva, prácticamente no encontraron resistencia significativa, como lo demuestra el alto número de rendiciones que en tres días alcanzaron una cifra superior a los 50,000 hombres, sin contar las deserciones y el reducido número de bajas en el lado Aliado.

           

Continuará…




[1] Para diversos análisis de las bajas y tropas capturadas iraquíes, véase US Department of Defense, Conduct of the Persian Gulf War, Final Report to Congress (Washington, D.C.: Department of Defense, abril de 1992); Thomas A. Keaney y Eliot A. Cohen, Gulf War Air Power Survey: Summary Report (Washington, D.C.: Government Printing Office, 1993); Análisis de RAND citado en James A. Winnefeld, Preston Niblack y Dana J. Johnson, A League of Airmen: US Air Power in the Gulf War (Santa Mónica, Calif.: Rand, 1994), 159; estudios de George W.S. Kuhn, Alfred Hashim y Anthony Cordesman referenciado en Triumph without Victory, 406-8; y John G. Heidenrich, “The Gulf War: How Many Iraqis Died?” Foreign Policy, marzo de 1993, 108-25.

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