Escrito
por:
Teniente Coronel Edgar Alejandro Lugo Pereira
Especialista
en Historia Militar
El
hecho que conmueve a la comunidad internacional, es la aparición en televisión
de un niño británico, donde Hussein lo hacía referirse a las condiciones en que
se encontraban los prisioneros. Utilizaron al pequeño para probar que Irak
estaba tratando bien a los extranjeros sin embargo, el rostro del infante demostró
al mundo el severo pánico que sentía al estar frente al líder iraquí, catalizando
de inmediato la atención mundial y acelerando la intervención armada en ese país.
Hussein había cometido un error de apreciación imperdonable.
Irak
continuaba llevando a cabo su plan y nadie hacía nada al respecto. La Primer Ministro de
Inglaterra Margaret Thatcher, expreso su descontento por la respuesta lenta y recatada
de los países europeos ante lo cual, Saddam accede a la liberación de mujeres y
niños pertenecientes a los cuerpos diplomáticos para que regresen a sus países.
Al
materializarse la invasión a Kuwait, comienzan cinco meses de campañas
diplomáticas. El 16 de Octubre de 1990, Hussein le declara al New York times
que el 2 de Agosto, día de la invasión, el rey de Arabia Saudita culpaba a
Kuwait y no Irak del conflicto y el mismo día, Bush le exigió a Saddam 48 horas
para asegurar la retirada iraquí. El 3 de Agosto Hussein voló a Bagdad y
recibió los acuerdos de retirarse de Kuwait, siempre y cuando la liga árabe no
lo condenara ni pidiera la intervención de países extranjeros. Cuando el líder
iraquí regresó a su país, el gobierno egipcio y los saudíes ya condenaban su
acción y una fuerza expedicionaria estadounidense navegaba rumbo a Arabia
Saudita antes de ser formalmente requeridas. Hussein dijo haber confirmado
estas aseveraciones recientemente por sus propios medios. Se había creado una
alianza entre Estados Unidos, Egipto y Arabia Saudita.
Los
gobiernos de Inglaterra y Estados Unidos se unieron para poner fin a la
situación. Uno de los problemas en tratar con Hussein, pese a la firmeza
mostrada por el Presidente Bush y la Primer Ministro Thatcher, era su convencimiento de
que los americanos nunca accederían a realizar un enfrentamiento para defender
a un país extranjero si gente americana pudiese resultar herida. El tema
dividió a la nación en dos mitades y los argumentos a favor y en contra de una
guerra comenzaron a debatirse desde los primeros días de enero de 1991. El 12
de dicho mes, el Congreso votó a favor de permitir una intervención por parte
del gobierno de Bush. La guerra comenzó cuatro días después. La operación se
conoce con el nombre de Tormenta del Desierto y la maniobra norteamericana fue
aplastante. Si bien Irak no fue ocupado en ese momento, quedó sometido a
inspecciones por parte de la comunidad internacional según la resolución 687 de
abril de 1991, destinadas tanto a desmantelar su arsenal de armas de
destrucción masiva, (nunca encontradas y usadas como excusa para invadir a Irak
en 2003) además de determinar su potencial para el desarrollo de armas nucleares
y prevenir su fabricación.
“Los iraquíes no habían sido derrotados. Las
doscientas mil bajas iraquíes se redujeron a cerca de un quinto de esa cifra,
tal vez a no más de ocho mil muertos”.[1]
Repercusiones
del conflicto desde el punto de vista del I Convenio de Ginebra.
Como hemos
leído, el tratamiento de los heridos y enfermos según el marco jurídico sobre
el cual se investiga no puede desclasificarse y separarse del resto de las
consecuencias de una campaña bélica, porque todos sus elementos están
intrínsecamente relacionados entre si, no existen estudios que indiquen con
veracidad a excepción del CICR, sobre el manejo de los heridos o enfermos en
esta operación denominada Escudo y
Tormenta del Desierto.
Sin
embargo nos remitimos a los partes militares en este caso de la coalición que
dejaban entrever que los elementos armados de las fuerzas militares iraquíes se
entregaban o simplemente desertaban de sus posiciones de avanzada ante la
arremetida de la coalición apoyada en su superioridad aérea indiscutible, así
como también por el enorme apoyo logístico y tecnológico que desplegaron los
planificadores militares para asegurar la victoria en el campo de batalla.
La
mayoría de los componentes de la Guardia Republicana con más de la mitad de los mejores blindados
del ejército iraquí y el 70% de las tropas, según los análisis de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA), escaparon al norte de Basora y no resultaron ni muertos ni
capturados. Las reservas de munición de la mayoría de las unidades terrestres
no disminuyeron seriamente porque ocurrieron muy pocos enfrentamientos. Muchos
elementos que fueron destrozados en la guerra, salvo los aviones de combate,
han sido reemplazados a lo largo de los años.
La
mayoría de las tropas rendidas a las fuerzas de la coalición, se entregaban por
los efectos de las operaciones psicológicas que durante 5 meses previos
al 15 de enero de 1991, fecha tope que las Naciones Unidas dio como ultimátum
para que el gobierno de Saddam Hussein depusiera su actitud bélica y ordenara
la retirada de sus tropas de Kuwait.
Estas
tropas eran de inmediato desarmadas y llevadas a la zona de retaguardia o de
seguridad que establecieron los elementos de policía militares en Arabia
Saudita agrupándolos en campos de prisioneros muy semejantes a los instalados
en la franja de gaza en Cisjordania, con los mínimos requerimientos disponibles
para su manutención (agua, alimentación y control sanitario) sin embargo por la
magnitud de estos desplazamientos no representaron mayor coste para las fuerzas
de la coalición, ya que los números eran por decirlo manejables. Estos ex combatientes
estaban mentalmente derrotados, pero la mayoría de las tropas de Saddam Hussein
se habían replegado hacia el interior de Irak.
La
coalición golpeó duramente a la fuerza armada iraquí durante más de 38 días
quebrantando su moral y quitándole el deseo de continuar en la lucha. Cuando
las Fuerzas Terrestres y Navales iniciaron su ofensiva, prácticamente no encontraron
resistencia significativa, como lo demuestra el alto número de rendiciones que
en tres días alcanzaron una cifra superior a los 50,000 hombres, sin contar las
deserciones y el reducido número de bajas en el lado Aliado.
Continuará…
[1] Para diversos
análisis de las bajas y tropas capturadas iraquíes, véase US Department of
Defense, Conduct of the
Persian Gulf War, Final Report to Congress (Washington, D.C.:
Department of Defense, abril de 1992); Thomas A. Keaney y Eliot A. Cohen, Gulf War Air Power Survey: Summary
Report (Washington, D.C.: Government Printing Office, 1993);
Análisis de RAND citado en James A. Winnefeld, Preston Niblack y Dana J.
Johnson, A League of Airmen:
US Air Power in the Gulf War (Santa Mónica, Calif.: Rand, 1994),
159; estudios de George W.S. Kuhn, Alfred Hashim y Anthony Cordesman
referenciado en Triumph
without Victory, 406-8; y John G. Heidenrich, “The Gulf War: How
Many Iraqis Died?” Foreign
Policy,
marzo de 1993, 108-25.
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